Después de la muerte del indio apache Mangas Coloradas, tres hombres lideraron las incursiones de bandidaje a suelo mexicano en la segunda mitad del siglo XIX. Vitorio, Jerónimo y Ju se dedicaron a la rapiña, rapto y asesinato como forma de sobrevivencia, enfrentándose continuamente con los blancos y tarahumaras. Dos murieron de forma violenta y otro de vejez.
Hasta hace nueve años no se había abordado de forma directa a través de la dramaturgia la figura de los indios apaches y las persecuciones que se hicieron en todo el territorio chihuahuense para asesinarlos. Los blancos, como una forma de vanagloriarse cada vez que asesinaban a mujeres, hombres y niños apaches, les cortaban la cabellera.
Una de las últimas obras que escribió Víctor Hugo Rascón Banda tiene un nombre sencillo que lleva implícito el tema: Apaches que en la lengua del grupo Zuñi de Nuevo México significa “enemigo” (Apachu).

Rascón Banda comienza con las palabras de un riflero que a manera de un juglar moderno o el renacimiento de los coreutas de la Grecia Antigua, relata la agonía de Joaquín Terrazas, el coronel que logró desterrar a los indios apaches, según el riflero, “la plaga más desastrosa que azotara acá en Chihuahua”. El riflero a lo largo de la obra emitirá juicios de valor sobre lo sucedido y cuestionará los motivos bélicos de cada uno de los combatientes, sean indios o blancos.
Los espectros de los tres apaches, dos de ellos asesinados por Terrazas, lo visitan para acompañarlo en su lecho de muerte. Así, cada uno de los indios va recordándole la forma como exterminó a la nación apache, a sus gritos de guerra, sus cantos, sus tambores, sus formas de dominar la llanura y de estar siempre listos para la batalla.
Apaches representa un panorama completo de la cosmogonía de un pueblo lleno de magia y supersticiones que creía en la existencia de un Gran Padre, quien los recibía a la hora de la muerte.
En cada escena hay aseveraciones sobre la guerra, el origen, las armas, la propiedad de las tierras, la apariencia física; sin embargo, dichas aseveraciones se cuestionan en los diálogos subsecuentes logrando que el espectador emita juicios a partir del contraste de argumentos.
En toda la obra, la niñez de Vitorio es esencial para comprender la motivación de este personaje que poco a poco va descubriendo su pasado a través de lo sueños, pues al parecer es hijo de una mexicana cautiva por los indios y preñada durante su cautiverio.
Un par de años antes de la muerte de Rascón Banda se estrenó Apaches bajo la dirección de Medardo Treviño. El montaje fue deficiente y el único recurso digno de recordar es una tela traslúcida que se ponía entre el público y los actores, dándole a algunas escenas apariencia de espejismos venidos de antaño.
Apaches tiene vuelos poéticos y juego de palabras para diferenciar el lenguaje del blanco y del indio. El cierre parece un vaticinio lanzado por Vitorio o por el mismo autor que la escribió en un hospital, convaleciente por el cáncer que lo llevó a la muerte: “Acá, nadie descansa en paz. Vamos, Joaquín. Acá, la guerra sigue”.
Elman Trevizo