El teatro al mismo tiempo que sirve para evadir la realidad, ayuda a asimilarla. Esto sucede sin importar a quién vaya dirigido.
Sin embargo, algunas puestas en escena para jóvenes se radicalizan, convirtiéndose en una escuela de buenas costumbres donde el escritor siente el hormigueo de la responsabilidad moral en cada diálogo. Por eso en ocasiones estas obras lucen saturadas de reglas y preceptos que más que teatro parecería un aula en donde se está analizando el libro de las virtudes o Las aventuras de Telémaco de Fénelon.
Se olvida que el teatro, aunque vaya dirigido a niños y jóvenes, tiene como motor los sentimientos, las emociones y la clara comunicación de un discurso.
Muchos autores dramáticos han rechazado la idea de servir de docentes a través de sus obras, pero no deja de ser válido que algunos conserven ese objetivo educador; lo que no es válido es llenar de preguntas una obra de teatro y al mismo tiempo imposibilitar las respuestas, y no conforme con ello, llevar a la superficialidad ciertos temas a través de la división de dos bandos: los incomprendidos y los malos del cuento. Forma moralizante poco efectiva en la actualidad.

Hablar a los adolescentes sobre embarazos no deseados, la homosexualidad, el alcoholismo y la drogadicción puede convertirse en un lugar común si no se estructura el discurso apropiado donde los protagonistas tengan matices que los haga pensar y asimilar la situación, no sólo soportarla. Por ejemplo, creer que los jóvenes deben tolerar la homosexualidad sólo porque su mejor amigo es gay es aseverar que sólo es tolerable lo cercano.
El teatro, como todas las manifestaciones artísticas, abre nuevas visiones a acontecimientos y preocupaciones de nuestra sociedad, por eso, el dar una visión empobrecida de nuestro entorno es empobrecer también al teatro, el cual puede dar testimonio de la realidad, posibilitar la reflexión, germinar cuestionamientos pero no emplear una doble moral que confunda.
La obra Curva peligrosa de Edeberto Pilo Galindo que se presentó el pasado fin de semana en El Milagro, puede ser motivo para razonar sobre el teatro infantil y juvenil que se está escribiendo en México. Dramaturgia que da fe del devenir histórico y su aspecto social, pero que descuida la estética para abrir paso a la pedagogía moral que corre el riesgo de alejar al público. Nietzsche afirma:
“No existen fenómenos morales, sino únicamente una interpretación moral de los fenómenos”.
Elman Trevizo