Buitre con corbata de colores es el más reciente libro del dramaturgo Víctor Ele Ruiz. Publicación que contiene seis piezas teatrales que en diversas ocasiones hacen referencia a sucesos ocurridos en Chihuahua, lugar en donde radica el también director teatral.
La primera obra, “Águila Cuervo Calandria”, aborda la muerte de la activista Marisela Escobedo, a quien asesinaron mientras exigía al gobierno de Chihuahua justicia por la muerte de su hija. Ele Ruiz le da voz a la madre dolida y de paso recuerda las cincuenta mil muertes acaecidas desde que empezó la llamada “guerra al narco”; haciendo referencia también a Susana Chávez, activista y poeta a la que se le adjudica la frase “¡Ni una muerta más!” y que también fue asesinada en tierras chihuahuenses.

En “Azul salamandra”, otra de las obras que conforman el libro, dos mendigos aprovechan su condición marginal para servir como mediadores en una transacción de tráfico de droga. La situación, que en un principio parece un inocente juego, se convierte en una escena brutal.
Por otro lado, “Código Luna” tiene como tema central la intolerancia y rechazo que sufren los homosexuales. Los tres personajes hablan de los roles que la marginación les ha llevado a desempeñar.
“Cruz de Café” es quizá la más redonda de las seis obras, ya que la exploración de la psicología de los protagonistas y la situación límite en que se encuentran, crea expectación en el lector y/o espectador, abriendo huecos esenciales para el avance de la acción, hasta el punto que los ex esposos, entre fantasías, promesas y locura, simulan un segundo matrimonio, sin saber, ellos y el lector, lo que es verdad y mentira.
En las dos obras restantes, incluyendo la que le da nombre al libro, se habla del alcoholismo y las enfermedades terminales, utilizando el recurso de la inversión o suplantación de roles, común también en el resto de las piezas.
En todo el libro existe una crítica fundamentada en situaciones actuales, sin embargo, ésta se hace de forma hilarante, lo que ayuda a que las obras no se conviertan en un teatro documental que no iría más allá de informar o servir de testimonio. Los diálogos parecen venir de una colectividad más que de un solo personaje, lo que hace recordar aquel primer actor de la historia del teatro que se alejó del coro para tener voz propia. No obstante aquí sucede a la inversa: el personaje habla por una colectividad, pues lo que dice uno lo hace con las voces de todos, sin máscaras, sin maquillajes, arriesgándose a ser callado con la brutalidad imperante en los últimos años.
Elman Trevizo