Víctor hugo rascón banda I

Primera parte

Elman Trevizo

Texto publicado originalmente en el periódico La razón.  Se publicó en dos entregas.

Columna Parateatro. 

En su fotografía más conocida vestía chamarra negra de cuero y miraba sereno hacia la cámara. A esa imagen se aferró durante años y pedía que la pusieran en sus libros o en las imágenes que acompañaban algunas de sus entrevistas.

Maestro normalista, abogado, defensor de los derechos autorales, dramaturgo, guionista, promotor de su estado natal como pocos, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Desde su fallecimiento, pocas de sus obras se han llevado a escena. Suerte que han corrido otros dramaturgos mexicanos como Emilio Carballido y Hugo Argüelles. Referentes en vida pero, al morir, muchos de sus textos han quedado en el olvido o son pocos los montajes.

El libro de relatos Volver a Santa Rosa, de Rascón Banda habla de sus primeros años y del día en que, en una avioneta, salió de su pueblo de la Sierra Tarahumara en Chihuahua rumbo a la capital del estado. Nos dibuja a un hombre que desde su niñez fue consciente de su destino y, por ello, con ayuda de sus padres, tuvo que abandonar el pueblo habitado en su mayoría por los Rascón Banda. Ese al que regresó cuarenta años después para ser parte de la tierra.

Durante ese tiempo se convirtió en uno de los personajes más influyentes en la cultura de México, no sólo por sus libros, sino por los cargos estratégicos que ocupó como presidente de la Sociedad General de Escritores de México y vicepresidente de la Confederación Internacional de Sociedades de Autores y Compositores. Funciones que no abandonó a pesar de sus constantes recaídas por la leucemia, enfermedad con la que lidió casi tres lustros.

Un arcoíris de pastillas antes y después de cada comida era la forma de atenuar los malestares de la enfermedad; quien no admiraba a Rascón Banda por sus obras o por sus gestiones culturales, lo hacía por estar de pie y afrontar con valentía cada visita al hospital para los tratamientos forzosos. Al igual que los tarahumaras y apaches a los que admiró, Víctor Hugo era una persona insistente y obstinada (“salvaje como la mayoría de los chihuahuenses”, diría él). Esa misma obstinación le ayudó a seguir viviendo para teclear en su vieja máquina de escribir textos que hablan de los conflictos sociales, aunque en algunas ocasiones sus temáticas eran introspectivas y pretendían delinear los tormentos del alma, como en el caso de Alucinada, obra que habla de la famosa poeta suicida Concha Urquiza.

Continuará.

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